No sé si cuando aparezcan estas líneas habrán tenido ustedes la ocasión de ver la
exposición de la última obra de Juan Béjar en las salas de la Sociedad
Económica de Amigos del País. Si no lo han hecho se habrán perdido algo
importante. Lástima, pero intenten hacerse con el catálogo, al menos.
Hace años, presentando a Enrique Brinkmann con el
profesor García Berrio aludíamos al hecho inevitable de que para disfrutar de
la música o de la pintura necesitábamos del oído o de la vista, pero para hablar
de música o de pintura - si queremos inculcar nuestra pasión por ellas- necesitábamos del auxilio de la palabra, de
la literatura, de ahí que la expresión plástica, al final, ha de transformarse
obligadamente en expresión verbal. Quizás lo mejor es que se enfrenten ustedes
solos a ese universo inconfundible de Juan Béjar y sientan individualmente lo que sus cuadros
les transmite, guardándolo en el cajón intransferible de sus emociones. Pero el
problema de esos misteriosos “niños” de Béjar es que resulta irreprimible
guardar las emociones en ese cajón y no contrastarlas con alguien. ¿Qué sería de nosotros, espíritus
mediterráneos, si tras una experiencia conmovedora no organizáramos una
tertulia para comentarla?
Cuando entré en las salas de la Económica pensé que
los cincuenta y tres cuadros allí expuestos podrían verse rápidamente, dada la
similitud temática, pero ya la contemplación del primero me llevó cerca de un
cuarto de hora. Cincuenta y tres ¿niños? afrontando enigmáticamente la mirada
del espectador como la infanta Margarita de Austria de Las Meninas, con
atuendos diferentes y discordantes con su supuesta edad, y todos ellos
enmarcados en una cosmología fuertemente emparentada con el universo y el
bestiario de El Bosco. Al principio pensé que el autor había plasmado un
extraño fenómeno que Guillermo Busútil apunta con mucho sentido en su magnífico
prólogo al catálogo: niños que se negaban a crecer, como el Oscar Matserath de
“El tambor de hojalata” de Günter Grass,
lo que me permitió imaginar algo desasosegante: una existencia congelada en la
infancia mientras el mundo crecía y
envejecía a su alrededor. Los objetos que orlaban las figuras eran recuerdos,
obsesiones, irrupciones freudianas y fragmentos de memoria sacados de las
cabezas de esos seres que, en su atrofia, estaban padeciendo la enorme
desgracia que es no envejecer al compás del mundo.
Pero más tarde, fijándome en los personajes, llegué a
otra conclusión aún más inquietante. Esos niños y niñas cerúleos como muñecos
estaban uniformados en la inexpresividad de sus miradas, aterradoras como ojos
de paloma, sin pestañas ni cejas; pero de nariz para abajo, y con unos leves
toques maestros, sus bocas, el grosor y la comisura de sus labios, la
contracción del mentón….manifestaban una enorme expresividad: ¡aquellos muñecos
eran personas de carne y hueso,
individuos, seres vivos! Pero no eran individuos grotescamente atrofiados en su
crecimiento, sino personas que habían recorrido el camino inverso de su vidas,
desde su presumible vejez hasta una infancia que no era la de la fotografía de
su nacimiento o primera comunión. Existe ahora una aplicación para teléfonos
móviles por la que tu imagen actual puede ser envejecida digitalmente a partir
de determinados rasgos de tu fisonomía, pero desconozco que haya la aplicación
para el efecto inverso, esto es, devolverte a la imagen de la niñez a partir de
los rasgos que la vida ha garrapateado en tu rostro. Los cuadros de Béjar de
repente me situaron ante un relato que bien pudiera haber escrito Philip K.
Dick. Aquellos infantes estáticos como momias, como si estuvieran posando para
un fotógrafo antiguo con flash de polvo de magnesio y clorato potásico, eran
seres reales que habían vuelto del tiempo, pero marcados por los avatares de
sus vidas, sus obsesiones, traumas- sus particulares “Rosebuds”- y recuerdos de
la infancia: caballos de cartón, la
inolvidable conmoción de ver el primer saltamontes, el primer camaleón o el
croar de las ranas en los estanques verdosos, antes de que fueran piscinas, los
búhos, los bull-dogs ingleses, tan afables en su terrorífica expresión…….Decididamente
en cada cuadro, en cada personaje retratado había una historia y, como apunta
el propio pintor, no era una historia con final feliz.
Se me ocurrió entonces que esta exposición bien podría
tener una secuela literaria, esto es, que algunos de los extraordinarios
narradores que tenemos ahora en Málaga nos contaran en unas breves líneas la
historia de esos niños, contándonos lo que Béjar decidió detener en esas
biografías retrospectivas. En cada centímetro cuadrado de esos cuadros hay
fragmentos de una vida, triste o alegre, en el espacio cerrado de unas casas
con suelos hidráulicos, a veces opresivas y otras abiertas a unos campos en los
que la vida también parece haber retrocedido. Esos personajes más que
representados, parecen estar todos
atrapados en la crisálida del cuadro por
alguna causa misteriosa y, en su aparente quietud e indiferencia están
emitiendo una desgarradora llamada para que los saquemos de allí. Una forma de
hacerlo es contar sus vidas cuyo secreto Béjar alguna vez supo y que ya
olvidó…o nos lo trasmite con un cierto pudor jeroglífico para que seamos
nosotros los que descubramos el enigma.
Por su temática y por su estilo, hay pocas obras que
se identifiquen tanto con un autor y resulten tan bellamente perturbadoras. Gran
exposición, grande Juan Béjar.
Salvador
Moreno Peralta (Diario SUR, 30 de Mayo de 2016)
Atrapado por la mirada interior de una galería de arte en Pamplona, en la que parece que exponen un Berrocal, entro y habrá expo de Juan Béjar. Digo que el prologuista de mi libro OTRO, Salvador Moreno Peralta escribió columna sobre su expo en el diario SUR. Hasta que digo a la rubita pamplonica, que el escritor es padre de...Se le iluminan los ojos, se le sube la color y sus labios balbucientes dicen Asiiii?. Parabienes y folletos, carta de recomendación para ir y ver las cosas, que si me quedo un poco me enseña LA fUNDACIÓN, QUE CERRADA PERMANENTE, se visita en ocasión. Cedo el gusto a quien lo quiera. Después de la Ciudadela, una hora y pinchos en la calle Estafeta. Hoy llego a Málaga y mando a la delgadita pamplonica, la expo de Juan Béjar del amigo SMP, padre de.
ResponderEliminar