ESPAÑA ENTRE SUS GRIETAS EL MUNDO 22 -02- 2018
SALVADOR MORENO PERALTA
Resulta envidiable la vigorosa lucidez con que los
periodistas de los programas radiofónicos matutinos analizan con sus
contertulios la realidad política del momento, a unas horas en las que la
mayoría de los mortales aún tenemos entumecidos nuestros engranajes físicos y
mentales. Cabe suponer que, en gran medida, son programas concebidos para esos paréntesis
de tiempo, funcionalmente improductivos,
que pasamos en el coche mientras vamos de nuestras casas al trabajo, aptos, sin
embargo, para expandir mensajes entre unas sensibilidades todavía algo
adormecidas y hasta cierto punto,
inermes. El tiempo es también una mercancía y, como tal, en cada momento se modela conforme al perfil
del consumidor. Pero la verdadera importancia de esos programas, cuya estructura responde, sin duda, a lo que entendemos por Radio en su imbatible grandeza comunicadora,
está en dejar establecida, ya desde el inicio del día, una determinada “forma de país” dentro de la cual caben la
información y la doctrina, la ilustración y el ruido, lo trascendente y lo
banal. Pero en todo caso hay algo en la radio- probablemente sea el desafío del
directo- que se resiste a la artificiosidad de otros medios. Es difícil que la radio engañe, y lo
que ella comunica es lo que hay, guste o no, porque la autenticidad de lo transmitido constituye su ventaja
comparativa y su principal motivo de seducción.
Así las cosas la sociedad que se asoma en estos
programas mañaneros es auténtica, pero, ay, es la de un país sociológicamente reducido
a una limitada versión oficial de sí
mismo, políticamente endogámico y esencialmente capitalino. Esta suerte de simplificación
de la vida pública, en lo que a la “rabiosa”
actualidad se refiere, no es algo que
deba sorprendernos demasiado en una España que decidió encajonar su realidad
plurinacional – o como rayos se llame ahora sus esencia constitutiva- en los casilleros de sus autonomías. Así pues, ya en las primeras horas de la mañana, la radio, a través de sus diferentes emisoras
nacionales, nos deja claramente diferenciada lo que oficialmente es la España sustantiva de lo que es su secundaria periferia. En cierto modo, hoy
España es sólo la pista central donde se juega el ya cansino partido
entre Madrid y la otrora bienquista Cataluña. Con un optimismo similar
al del “Good Morning América” de ABC
News, las radios nacionales parecen decirnos a hora temprana no sólo “Buenos
días, España,” sino también, y de una forma subliminal, “ESTO” es España y lo
que hay fuera es accesorio, sencillamente porque el país, en su configuración
político-mediática, así lo ha querido y no hay más que hablar.
Pero hete aquí que algunos insubordinados oímos
también a esa hora el programa de Radio
Clásica “Sinfonía de la mañana”, en el que predominan las peticiones del
oyente. El clima y el concepto mismo del programa nos sumen en la añoranza por
aquellos tiempos del disco dedicado y quizás resulte algo anacrónico, pero no
por ello deja de ser un contrapunto
verdaderamente balsámico al electroshock
matutino de la actualidad política. El holocausto educativo al que la
democracia nos sometió puede llevar a preguntarnos seriamente -entre otras
amputaciones del conocimiento universal- quiénes disfrutarán con Beethoven cuando hayamos muerto, pongamos por caso, pero
al menos ese programa da algunos motivos de esperanza. Hace unos días una
señora de Guadalajara, con un castellano preciso y melodioso, solicitó la bellísima canción “Blow the wind
southerly”, cantada a capella por la
añorada y prodigiosa contralto británica
Kathleen Ferrier. No fue la única petición interesante de ese día, dentro de un
repertorio enormemente variado. Pero lo inusitado
del caso no era el contraste temático con las emisoras de máxima audiencia. Lo
verdaderamente insólito era el hecho de comprobar
(o quizás simplemente intuir) que tras las rendijas de una España ya
predeterminada en su pétrea oficialidad, tópica, denostada, centrífuga y,
desgraciadamente, arrinconada por nosotros mismos en un apartadero de la
historia, asomara otra menos visible, quizás
más introspectiva, serena y discreta como para no requerir la atención del fabuloso
negocio del Ruido, que junto con la Nada es el mayor generador de plusvalía de
la economía postmoderna.
En la burbuja del coche, ahora ya sí confortable
frente a la aspereza del entorno urbano, de la impertinencia de los semáforos (siempre
funcionando en contra tuya, por Ley de Murphy), del frío exterior de este
invierno polar, de la agresividad de los otros conductores, o el reloj
implacable como el del bolero de Lucho Gatica…todo se desvanecía por la voz de
Kathleen Ferrie; pero sobre todo por la efusiva corriente afectiva establecida
de repente con unos radioyentes que,
aparte de compartir con ellos la sensación de dignidad que produce el placer de
la música, transmitían una idea tan poderosa como desapercibida, a pesar de
tenerla delante de nuestra narices: la de que existe mucha cantidad de vida- y
mucha cantidad de país- detrás del
rancho obligatorio que nos ofrece una realidad que, a fuerza de repetirse, acaba
siendo monótonamente….cuartelaria.
La modesta moraleja de esta fútil historia es tan
simple como ella misma. Ni el más misántropo de nosotros puede resultar indemne
a la influencia de la sociedad que nos rodea, no ya lo que pudiera afectarnos
de su agresiva acción política o administrativa (el corpus legislativo de la
España autonómica es hoy el campanario
en manos de un loco, en sacrílega
versión del poema de Neruda), sino de una idea general de nuestro país que acaba condicionando nuestra
propia percepción individual. Cuántas de nuestras frustraciones personales
tienen su origen en las de una España oficial que nos suministra el aire que
respiramos. Pero por muy polucionado que esté, el remedio no es una mascarilla
protectora de individualismo, sino tener la determinación de encontrar otra España
más estimulante que la que nos invade por los mil poros indefensos de nuestras
vidas. Está en las cartas al director de algunos periódicos, generalmente
sensatas y bien escritas por autores que, al carecer de nombradía, llamamos “anónimos”, como si no tuvieran detrás
una intensa vida cultural y humana; está
en magníficos artículos de diarios regionales y provinciales de la España
ensombrecida; está en esos pueblos y
ciudades que han utilizado atinadamente la lluvia de fondos europeos para
proyectar sus pasados en esplendorosos presentes…. Te das cuenta entonces que
España es una roca de apariencia sólida pero veteada, en cuya composición no se ponen
de acuerdo acreditadísimos expertos en mineralogía histórica. Alguna razón debía
de tener el genial y extravagante John Ruskin cuando para penetrar en la
historia de los países y en la belleza
de sus paisajes necesitó también estudiar sus minerales. Y es que las grietas de
esa roca posiblemente sean las únicas rendijas por las que se asome otra
materia algo más noble de la que estamos hechos aunque no nos demos cuenta. El
cineasta José Luis Garci suele decir que no nos queremos, y probablemente sea así porque nos conocemos muy poco, en nuestro
presente y en nuestro pasado. Los oligopolios mediáticos, el predicamento de
los hermeneutas de la realidad, la penetración incisiva de la barbarie bajo las
más ridículas formas de corrección política, la invención adanista de una
realidad para quienes el tránsito entre generaciones no se hace por medio de
solapes sino por saltos en el abismo, la interrupción sistemática de cualquier
forma de flujo cultural por el garabato de una ocurrencia o vomitonas de
banalidad…..No, ese panorama que parece traducir la vertiginosa mutabilidad de
los tiempos modernos, y que para algunos es el testimonio de un saludable
nervio social, no es otra cosa que espejismos del pensamiento único. Admiro sin
reservas a los profesionales del periodismo que nos enfrentan a diario con el
espejo de nuestro país. Pero eso no nos
exime de la obligación íntima, personal y, hasta cierto punto clandestina, de
buscarnos a nosotros mismos huroneando por las grietas de otra España que no está en el primer plano aunque
la tengas a tu lado; una España, por ejemplo, que te surge insospechadamente de una melodía
lejana traída en el frescor de la mañana por una encantadora española de
Guadalajara.
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