19 mar 2018

URBAGUAY




He pasado un fin de semana con toda mi familia paseándome como un isidro por la querida Madrid que hace tantos años fue testigo de mi infancia, juventud, epifanía universitaria y educación sentimental; o sea, los terribles horrores del gulag franquista que tan bien conocen los que no lo conocieron, esto es,  la llamada generación del sobaco, en homenaje al épico gesto de Anna Gabriel en sede parlamentaria. Sábado por la mañana:   Puerta del Sol, Alcalá, Gran Vía y El Prado,  frontera entre el Madrid de los Austrias y el de los Borbones. Día espléndido y atmósfera gloriosa de cristal azulado con mensajes del Guadarrama. Te sumerges en la aglomeración de la calle: AGLOMERACIÓN,  el fenómeno  urbano del momento  vivido esta vez  a la  gran escala de la capital.  Estás sentado en un banco, estupefacto, dándole vueltas al caletre, huyendo de la tentación derrotista a la que te lleva el hecho de no comprender nada (o de comprender todo  demasiado bien), porque lo que tienes es  la sensación de fracaso total, de que todo lo que has defendido como urbanista ha salido completamente al revés. (La épica de la derrota sólo funciona en la novela negra: en la realidad no hay héroes sino pardillos).

No te inquieta verte como gallina en corral ajeno entre la juventud que te rodea, amigos de tu familia punto cero, pues la edad tiene sus reglas y el tiempo  es ya de ellos, resígnate. Pero sí te ha alarmado tu inmersión en el espacio urbano de la “transpostmodernidad” o como quiera que se llame  este líquido amniótico en el que vivimos. Lo que con tanta tenacidad analizamos empíricamente sobre la ciudad desde nuestro oficio, hace años,  con el barro de la realidad hasta las ingles (y no como ahora, con los badajos pendulones de unos funcionarios pegados a sus asientos con superglú), lo que previmos sobre los centros históricos, la dignificación de las periferias, la movilidad, la metropolización….¡bah!; todo  acabó en una paradoja: el éxito de la ciudad ha sido su fracaso…o  viceversa.

Lo que describe el pijo ultraliberal  Edward Glaeser en su libro “El triunfo de la ciudad”  no es otra cosa que una urbe hiperreal, uniformada en su aparente diversidad, en sus infinitas opciones electivas que al final se traducen en muy pocas, y todo ello al servicio de un nuevo mito: la VITALIDAD y la FELICIDAD, una nueva forma de distopía “huxleyana” que  actualiza hoy aquellos empalagosos  carteles electorales con los que el PSOE prometía el paraíso urbano. Todo en la ciudad debe ser “guay”:  la Castellana cortada al tráfico a las 9 de la noche de un viernes por unos coches de la policía municipal custodiando…¡a unos patinadores!, el Paseo del Prado cortado al tráfico para que la gente baile el boogey-boogey al ritmo de una jazzband;  miles de coreanos y chinos (Madrid celebra ahora jubilosamente el año nuevo chino, para lisonjear a los nuevos amos)  abarrotando el falso mercado tradicional de San Miguel;  aquellos  bocadillos de calamares de la calle Postas, de la glorieta de Bilbao y “El Brillante” de Atocha son ahora “señas de identidad” culinarias, tipo “delicatessen” en los bares de la Plaza Mayor…todo “guay”-  ¡URBAGUAY!-  pero a la vez todo  falso, todo un monumental “fake” bajo la admonición de la nueva religión urbana: “SEA USTED FELIZ….y si no, multa de cien euros”. Ceno donde puedo echando mano de una altísima recomendación: ahí la tortilla de patatas también es un “delicatessen” porque el sitio es tipo mercado “gourmet”. Todo es gourmet, ciudad gourmet, cultura gourmet… Traqueteo  de troleys camino de Atocha. Imposible circular por los paseos de El Retiro. Colas para ver el Palacio de Cristal, para subirse en las barcas. Alguien casi me salta un ojo con una caña de pescar selfies….

Hay que celebrar gozosamente la ceremonia de la Aglomeración, que es vida, que es la conquista social del ocio, la realización  de los anhelos de libertad que alguna vez soñaron los utopistas ante la esclavitud de la industrialización. Bajo los pasos elevados de la Plaza de España, el chafarrinón demagógico de una veintena de “homeless” subraya por contraste la enorme felicidad que nos embarga, que nos tiene que embargar por c…., por el hecho de estar en Madrid. Pero de repente te das cuenta  de que no eres tan feliz como el guión y Manuela Carmena exigen, y de que la FELICIDAD es un lenguaje que no entiendes,  como no entiendes el danés ni el sincretismo de la jerga digital.  Es un lenguaje y un carnet, un carnet ciudadano que, vaya por Dios, se te olvidó renovar, y por eso te encuentras en la ciudad “lost in translation” y con la inquietud de un “sin papeles”.

Al día siguiente vuelves en el AVE surcando los alambrados campos de Castilla. A lo lejos ves una vaca y sientes deseos de tirar del freno de emergencia para oír los mugidos  pastueños del entrañable bovino. Hubiera sido el único momento de autenticidad de ese fin de semana  antes de que, a la vuelta,  Málaga te recordara que la riada de felicidad urbana también ha desbordado ya su Centro Histórico y se empieza a extender por toda la ciudad, siendo cada vez más  difícil encontrar un sitio discreto en el que  sentir la inmensa y digna  alegría de estar un poco tristes, la dignidad de ser un poquito infeliz.

Salvador Moreno Peralta   SUR  7- 03- 2018

No hay comentarios:

Publicar un comentario