30 ago 2018

ANATOMIA DE UNOS INSTANTES OMINOSOS


Anatomía de unos instantes ominosos                                 Salvador Moreno Peralta

El Mundo Andalucía, 23 agosto 2018



Admitamos solo como hipótesis que el gobierno sabe lo que hace en la defensa del Estado frente al virulento ataque del independentismo catalán, que a muchos se nos antoja una misión imposible. Admitamos, y es mucho admitir, que se está hilando fino como corresponde a una batalla desigual entre la razón y el fanatismo. Pero existe una terrible sentencia  yihadista que resuena como un toque a rebato para todas las fuerzas antisistema que se ciernen sobre el orden occidental, convocadas por el cornetín de un idealismo tremebundo que apenas encubre su naturaleza rastreramente material, a poco que se rasque en la costra de su mesianismo: “utilizaremos vuestra democracia para acabar con vuestra democracia”. He ahí la causa de la desigualdad: el uso legítimo o espurio de una misma democracia, bien para defenderla o para acabar con ella, bien para  perfeccionar un sistema que es el último estadio de un largo proceso de aplicar la racionalidad en la convivencia, o para prometer un paraíso de huríes, asaltar los cielos o alcanzar una república delirante  cimentada en coimas del 3%. Al final todo es una estrategia de poder terrenal utilizando la carne de cañón de pueblos embaucados. En cualquier caso no se puede ir a defender la democracia aquejado del síndrome de Estocolmo porque entonces gana el secuestrador. Ante las últimas manifestaciones de la ministra portavoz saltando con pértiga sobre las amenazas de Torra para aterrizar sobre el tartán descalificatorio de la oposición- que es donde realmente quería ir a parar- uno tiene la razonable inquietud de que el gobierno esté haciendo el papel de aprendiz de brujo, como quedó confirmado el pasado 17-A, en el primer aniversario del atentado de las Ramblas. Cuarenta años de concesiones tácticas han engordado el Leviatán separatista hasta el punto de ocupar todo un espacio político en el que el Estado no tiene ya cabida. Pero antes de admitir  que ha sido la clase política de nuestra democracia la que ha propiciado la “desconexión” que se venía larvando desde hace doscientos años, el gobierno prefiere poner cara de no pasar nada, como el bailarín que repite el batacazo desairado para hacernos creer que estaba en la coreografía. 
Sólo los ilusos confiábamos en que el llamamiento al respeto por parte  de los familiares de las víctimas propiciara una  tregua en este permanente golpe de Estado que venimos padeciendo desde la DUI del año pasado. Era mucho pedir, y el independentismo irredento no desaprovechó ni un resquicio para hacerse patente en el terreno que más domina y en el que más batallas le gana al Estado: el del marketing. La mayoría de los medios ha incidido sobre los actos y aspectos más burdos de esa exteriorización, como la permanente actitud grosera de Torra ante el Rey,  la pancarta descaradamente consentida sobre un edificio de la Plaza de Catalunya, las manifestaciones de los CDR y los homenajes a los políticos encarcelados. Pero al tiempo destacaban la “sobriedad” y “emoción” del acto en la Plaza, con presencia de los familiares, del Rey y políticos de alto nivel, como un islote de paz y concordia, sublimación de los más nobles valores que una ciudad y una sociedad democrática avanzada pueden hoy exhibir ante el universo. Pero creemos que era ahí, precisamente en ese acto envuelto en el celofán de la corrección política, donde se estaba lanzando sinuosamente el mayor mensaje supremacista de la jornada.

Toda la puesta en escena del Ayuntamiento, consciente de la repercusión mediática del momento,  iba encaminada a demostrar que Barcelona, además de ser una ciudad de paz y amor, era un enclave refulgente unido al mundo por un arco  iris  de buenos sentimientos, como un cordón sanitario sobre un vacío tenebroso, una nada, un caos anterior a la creación que es… España,  la Espanya que ens roba, la siniestra Spain de los mensajes lanzados a las prejuiciadas fauces de la prensa anglosajona, a los intelectuales norteamericanos con derecho de propiedad sobre la democracia, al sedicioso gobierno belga y a la arrogante justicia regional alemana. Sobre un teatrillo blanco, ay, refractario a la solemnidad y entre fortísimas medidas de seguridad, cincuenta alumnos de escuelas municipales de música, ataviados de blanco-pureza, cantaron tres merengadas canciones en inglés y una en catalán, porque una canción en castellano podría haber herido la sensibilidad de algunas personas.  Ocho jóvenes, también de blanco-lago de los cisnes,  leyeron un fragmento del poema de John Donne “Devociones sobre situaciones inesperadas” en los idiomas de las víctimas pero, como no hay que dar puntada sin hilo, en catalán lo leyó una muchacha musulmana, en inglés un joven hindú y en francés un espigado subsahariano. O sea,  Barcelona ciudad multicultural, concepto que para el buenismo acrítico e irreflexivo cae del lado del eje del Bien,  cuando ya en una Europa desarbolada saben de sobra que es la antesala de la nueva distopía fascista.  Y para que no faltara nada, el piano de  cola- ¿un Stenway, un Petroff, un Yamaha…?- lucía ostensiblemente en su costado de charol un orgulloso “Pianos de Catalunya”. En fin, todo era una enorme tarta de crema pastelera sutilmente montada para hacer invisible España, para transmitir subliminalmente que sólo la atadura con España  impide a la ciudadanía  volar a ese paraíso en la tierra que es la nación catalana, que libre de la barbarie, habría de ser recibida jubilosamente en los foros internacionales una vez resueltos algunos problemas menores.
La operación era más fina que la de las provocadoras manifestaciones y las pancartas en inglés; pero por esta vez les traicionó la estética. Y es que, parafraseando a De Quincey, se empieza por dar un golpe de Estado con una declaración Unilateral de Independencia, se sigue por amenazar a políticos y jueces y, tras pronunciar “frases inaceptables”, se acaba cayendo en la más estomagante cursilería, algo que hasta ahora era inconcebible en la admirada capital del diseño.
          

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