Sur, de
Antonio Soler
Presentación, martes
2 de Octubre de 2018 en el Rectorado de la Universidad de Málaga.
La multitud de
adeptos a los que Antonio Soler captó y cautivó hace ahora un cuarto de siglo
con los relatos de “Extranjeros en la noche” y la novela “Modelo de pasión” podemos estar hoy de
enhorabuena. Si siempre hemos celebrado la aparición de cada novela suya como
un acontecimiento- algo en lo que coinciden las valoraciones del público y la
crítica- ahora puede que estemos ante el
más justificado de todos porque “Sur”, su última novela editada por Galaxia
Gutenberg es una obra deslumbrante, hercúlea, excepcional. Diríamos que es el
culmen de ese universo propio que ha ido construyendo a lo largo de su carrera,
de eso que alguien acertó en llamar “planeta Soler”, compuesto por cientos de
personajes entre los que se despliega la más variada gama de la especie humana,
a la que Antonio hace vivir con una de las
prosas más delicadas, precisas,
poéticas y conmovedoras del panorama literario español. Diríamos que es el
culmen si no fuera porque Antonio, literato a tiempo completo que se ha fajado
con la novela intimista y la histórica, en la televisión y regularmente en la prensa escrita, demuestra ahora, con esta novela
urbana, estar en un momento de excitación juvenil, de experimentación y
plenitud creadora que no parece tener límites, aunque algunos piensen que con
“Sur” Antonio haya alumbrado su particular Regenta. Estamos ante una obra
maestra pero no conclusiva, y con ella lo que demuestra Antonio es tener cuerda
para rato.
Realmente la
mejor presentación que se puede hacer de esta novela está ya en el magistral
proemio de Octavio Paz que encierra un pensamiento muy “kavafiano”: “hablo de la ciudad contemporánea, en
perpetua construcción y destrucción, novedad de hoy y ruina de mañana (…) la
ciudad de la que no podemos salir nunca sin caer en otra idéntica aunque sea
distinta; la ciudad, realidad inmensa y diaria que se resume en dos palabras: los
otros”. (Este último pensamiento, leído en clave sartriana, nos remitiría
al carácter infernal de la ciudad, pero dejemos a este respecto que el lector
saque sus propias conclusiones). No sabemos si la de Octavio Paz es una cita
oportuna y venturosamente cazada al vuelo o la primera veta del fabuloso
yacimiento que “Sur” esconde. Porque, en efecto, la novela transcurre a lo
largo de dieciocho horas de un día de verano en una ciudad, Málaga, al calor
del terral y a través de las vidas de más de doscientos personajes, conectadas entre
sí y atadas al biotopo urbano mediante una ligazón inexorable. La ciudad ha
quedado conceptuada en la Historia como el gran invento del hombre, la cuna y
la condición misma de la libertad, pero sólo la literatura se ha atrevido a mostrar sin complejos la cara oculta de lo
que aquello encierra de utopía: la coacción anímica que la propia ciudad puede
ejercer sobre sus habitantes, de forma que acaban actuando según las leyes del
hormiguero, un instinto gregario,
poderoso e infinitesimal que anula toda posibilidad de albedrío. (Ya verán que esta es una novela de ciudad,
de periferia, de calor, de sexo y hormigas). La ciudad en la que transcurren
estas dieciocho horas parece ejercer sobre los personajes un influjo
paralizante, letal; es un paréntesis dentro del cual sus hijos, los ciudadanos,
juegan un papel predeterminado por el destino, de forma que en ese tiempo
encerrado por el espacio urbano toda moral es abolida. “No hallarás otra tierra ni otro mar/La ciudad irá en ti
siempre/Volverás a las mismas calles/Y en los mismos suburbios llegará tu
vejez/ en la misma casa encanecerás/ Pues la ciudad es siempre la misma”
dice Kavafis en su maravilloso poema sobre La Ciudad. En realidad, a todos los personajes que se entrelazan en esta
historia les gustaría escapar de la ciudad y de la vida que ella condiciona,
pero todos aceptan subconscientemente la restricción kavafiana y sólo dos
parecen rebelarse contra su aprisionamiento: uno, llamado Céspedes, por una
pulsión intectual, entre lúcida y cínica; el otro, llamado el Atleta- en el que
se ha querido ver un alter-ego del autor- por una pulsión moral. El primero,
enredado en su propia historia, prueba a escaparse fugazmente a Madrid en el AVE pero vuelve por la noche,
antes de que la novela se acabe. (Está aquí implícito un tema interesante: esa visión
del AVE como promesa de liberación de las cadenas provincianas). Y el segundo
sublima su frustración corriendo y corriendo y corriendo en una huida irracional
hacia ninguna parte, que nos hace recordar a “El nadador”, aquella gran
película de Frank Perry protagonizada por Burt Lancaster, según un relato de
John Cheever.
La novela, como
el esqueje de una sequoia, arranca briosa con dos maravillosos párrafos previos
en los que Antonio describe magistralmente el despuntar de este día en el que
todo va a ocurrir. (Ya decía García Márquez que en el primer párrafo deben
quedar solucionados todos los problemas del libro. Me vienen aquí a la memoria
algunos comienzos magistrales, como el de “Historia de dos ciudades” de
Dickens, o “El extranjero” de Camus, con la que esta novela se emparenta por la
presencia del calor como causante de un clima moral agobiante y
degenerado; aunque por alguna razón este
arranque me remite, por su bella precisión, al de “Imán” de Ramón J.Sender. Si uno emprende una
segunda lectura de este “Sur” tras el insuperable toque de clase de su final, comprobará
que en estos primeros párrafos está encerrado todo el espíritu de la historia).
(1) Enseguida un hombre moribundo comido por las hormigas aparece en un descampado de la periferia,
allí donde lo urbano está a punto de perder la urbanidad permitiendo que un mundo
asilvestrado se entremezcle con sus retazos. Y hasta aquí el límite a partir del cual empieza el spoiler y por eso
me detengo. Sólo me es permitido decir que este es el tema medular a partir del
cual el árbol se ramifica en una rica y tupida frondosidad coral de personajes
e historias entrelazadas, construidas de
una manera portentosa. Las situaciones se superponen, se entrecruzan, casi se
confunden y hay que estar atento para saber cuándo unos personajes pasan el
testigo a otro continuando con otra historia o, mejor, con otra faceta de la
misma historia, como la descomposición en planos de un mismo objeto según la
técnica del cubismo analítico. Podríamos decir que, en cierto modo, se nos
muestra aquí un Soler picassiano. Son las facetas que componen un día en la
historia de una ciudad. De una manera burlona, Antonio pone en boca de un
personaje una frase de Joyce sin que el personaje lo sepa: “La vida es muchos días”; pero aquí
Antonio nos dice que un día pueden ser muchas vidas. Son las “Vidas cruzadas”
de aquel gran film en el que Robert Altman adaptaba varios relatos de Raymond
Carver y en el cual se inspiró luego Paul Thomas Anderson en su celebrada
película “Magnolia”. Una construcción similar muestra “Tiovivo”, de José Luis
Garci. Y me remito al cine porque desde el “Ulyses” de Joyce, el “Rayuela” de
Cortázar, “Manhattan Transfer” de Dos Passos
o, más cerca de nosotros, “El Jarama” de Sánchez Ferlosio o “La Colmena”
de Cela y tantas obras capitales del siglo pasado podemos registrar los
préstamos con los que el cine y la literatura se han fecundado mutuamente.
Hasta donde mi
capacidad interpretativa me alcanza me atrevo a aventurar que “Sur” es una
forma de competir con la técnica cinematográfica, pero desde las más puras
armas de la literatura. La estructura narrativa, si bien puede resultar al
principio desconcertante exigiendo la complicidad del lector, se aclara
enseguida y forma parte del juego que el autor nos propone con ayuda del comodín
del censo de personajes, ese maravilloso censo que constituye por sí sólo un
capítulo aparte, una lujuriosa exhibición de inventiva, un prodigio de
narración, indisociable de la propia obra, como lo eran las acotaciones
teatrales de Valle Inclán; aparte, claro está, de propiciar una lectura muy divertida,
identificando personajes conocidos del planeta Soler, retratados en los más excéntricos visages y
contorsiones.
Cada historia, de las muchas que componen la
historia global, tiene su intensidad y su tratamiento diferenciado según
demande su propia lógica interna. Enseguida quedamos atrapados por los
personajes porque, mediante una eficacísima técnica narrativa- y aquí aparece
claramente el caballero de la orden de Finnegans, la nobleza del rey James-
Antonio nos los abre en canal, mostrando los pliegues más recónditos de su
condición humana, una y diversa, y entre ellos el de esa caverna insondable en
la que bullen las fuerzas incontenibles del sexo, con sus componentes de
redención y de tragedia, de forma que siempre hay un jirón de cada personaje
con el que podemos sentirnos identificados. Y para lograr esto Antonio hace un ejercicio
de construcción y estilo deslumbrantes. Según lo pida la historia, Antonio
adapta la sintaxis, la prosodia y el tono a las particularidades de lo que en
cada momento narra, ya sea con la voz oculta, objetiva y externa del autor- en
cuyo caso utiliza una prosa perfecta y canónica- o con la de cada personaje, a
los que hace hablar desde su interior, con su particular cultura, psicología,
estado de ánimo o categoría en el escalafón del retablo social. Recurre
entonces al lenguaje desinhibido, fluido o atropellado pero sincero, a las
germanías del submundo urbano, el de la pobreza, la delincuencia o la droga: el
lenguaje de lo real, la banda sonora de lo cotidiano en la que, lógicamente, no
puede faltar el lenguaje del whatsapp, ni esos toques de humor cheli con que la
calle nos sorprende al revolver de una esquina.
Pero la sintaxis
también nos permite incardinar cada personaje y su drama en su particular
microcosmos, en su geografía. Por la forma en que cada personaje se expresa y
el carácter de sus tribulaciones uno puede deducir el biotopo urbano al que pertenece, el medio urbano con cuyo
contacto ha moldeado su condición ciudadana. Ya decía Lewis Mumford que el pensamiento
toma forma en la ciudad, pero a su vez las formas urbanas condicionan el
pensamiento. La ciudad es nuestro producto pero al tiempo somos sus hijos, de
ahí que podamos leer aquella en el reflejo de éstos y viceversa, de ahí que la
ciudad y los ciudadanos sean cada uno una elipsis del otro. ¿Que la ciudad que emerge tras la lectura de estas
vidas cruzadas es Málaga? Dejo a los lectores que diluciden esta cuestión con
sus particulares opiniones. Yo, modestamente, tengo la mía.
En principio
Málaga aparece profusamente en la toponimia de los lugares en los que se
producen las múltiples acciones. Pero cabría preguntarse qué relación
establecería entre las acciones, los personajes y los lugares un lector que en
su vida hubiera estado en Málaga. Para ellos, para los que no saben lo que es
Portada Alta, Cruz de Humilladero o Pinares de San Antón, por ejemplo, sólo
pueden colegir lo que se esconde tras la sonoridad de los topónimos. A mi
juicio sí aparece aquí Málaga, pero en un registro distante del folleto
turístico que quizás algunos podían esperar. Aparece Málaga como epítome, como
ejemplificación del modelo urbano que alumbró la España del desarrollismo, esto
es, la PERIFERIA. Y es esta visión de la ciudad como periferia la que aporta una
rabiosa autenticidad y un valor general a toda la novela. Realmente la ciudad, todas
las ciudades, son cada vez más periferia, en la medida en que los centros
urbanos quedan constreñidos a su función publicitaria de suministrar identidad
corporativa para consumo turístico.
No se le podía
escapar esto a Antonio, que es un incisivo escrutador de instantes, geografías,
climas y personajes. No se le podía escapar al sociólogo urbano admirador de
Carlos Moya que lleva dentro. Sí, esta
puede ser la novela de Málaga, pero es la novela “de todas las Málagas del
mundo”, de las Málagas de los barrios- Portada Alta, La Barriguilla, Polígono
el Viso, Los Prados, barriada de San Andrés, La Luz, La Paz, Virgen de Belén…-
esos barrios a los que Antonio clava definiéndolos como “el gran vivero, el almacén humano”; o esas calles que el
inolvidable Pedro Aparicio nos dejó con nombres de músicos- Juan Sebastián Bach, Manuel de
Falla, Mozart, Ravel, Rimsky Korsakov…- un callejero de conservatorio
salzburgués para barrios de ropa tendida y asadores de pollos; esos lugares
descentrados en los que la gente encauza sus nostalgias de centralidad hacia
los hitos modestos de lo cotidiano, como los bares de Quintana, La Esquinita,
el Bazar La Amistad, el Onda Pasadena, un puesto de hortalizas en un mercado,
la pista de Carranque, una tienda de recomposición de marcos, la recepción del
hotel Los Patos, a veces un simple ascensor en torno al cual puede girar una
vida, o una calle, como la Cruz Verde, con cuya descripción Antonio expresa
magistralmente esos anhelos: “un
desfiladero inhóspito, una cicatriz larga a la que esa gente se empeña en darle
vida”. Es esa Málaga metropolitana que ya no sabemos dónde empieza ni dónde
acaba y que sólo podemos entender y recomponer anímicamente mediante la
literatura, que es exactamente lo que hace esta extraordinaria novela. Sí, esta
es la novela de Málaga en la medida en que la acota, la define y la recompone. Y
es también una Málaga artística en la medida en que un artista la ha mirado, la
ha contado y la ha recreado. El gran Borges
decía que la ciudad está a la espera de una poetización. Y Vargas Llosa,
en su reciente visita a Málaga, sentenció que las ciudades, si no están ligadas
al arte y la literatura, son tristes y pasajeras. Y, en fín, ya a otro nivel un
servidor de ustedes, en el discurso de ingreso en la Academia de san Telmo, y
glosando un ensayo de Eugenio Trías, “El artista y la ciudad”, conminaba a mis colegas a derramar una mirada
estética sobre la ciudad real, no la impostada de los turistas ni la burocratizada
de los urbanistas: “Por eso el medio
urbano, que es el paisaje donde se desarrolla la vida de la mayoría de los
seres humanos, no constituye un decorado inerte sino por el contrario, un
trasfondo tenso, reverberante, marcado por el pálpito y el reflejo de nuestras
experiencias cotidianas. De ahí que cualquier rincón de la ciudad, por ominoso
que parezca, encierre más significados ocultos que lo que la realidad aparente
nos pudiera mostrar”. Tras algunos excesos epigonales del “boom”
latinoamericano con el realismo mágico pudimos comprobar que la realidad no
necesita de la magia como una prótesis: la realidad es ya de por sí mágica
siempre que sea observada y desvelada
por una sensibilidad artística como la de Antonio Soler, un narrador que hace
historia a golpes de novela, un magnífico zahorí del alma humana y de las ciudades pues, parafraseando a Terencio,
podríamos decir de Antonio que nada de lo humano le es ajeno… pero tampoco nada de lo urbano.
Y ya termino
animándoles encarecidamente a leer esta obra en un fin de semana, a largos
tramos y con atención. No la lean a salto de mata y, salvo que sean insomnes,
tampoco la lean de noche dando cabezadas, porque entonces se perderán el goce
de una literatura que necesita fluir, torrencial y cristalina como un río, policromada
como una vidriera gótica y estructurada como una lacería musulmana. (Aunque ya metidos en comparaciones
asindóticas algunos veamos en este texto la secreta geometría de un “dropping”
de Jackson Pollock).
Solo me
queda darle las gracias a Antonio por
haber alumbrado esta obra maravillosa, por habernos permitido ver la ciudad de
otra manera y por haber hecho realidad el exhorto que hice en la Academia de San
Telmo hace un cuarto de siglo, que nadie atendió porque nadie entendió. Antonio
sí lo ha entendido, por eso ahora sí, como urbanista, me puedo jubilar
tranquilo.
Salvador Moreno Peralta
(1) No me
resisto a leerle la transcripción de ese primer párrafo: “La leche tibia del cielo se derrama en silencio sobre todas las cosas.
Los tejados, los árboles dormidos, el brillo de los automóviles. Es una luminosidad
blancuzca que brota con un golpe rápido,
espesa, turbia. Mancha las nubes y
cuelga de ellas. Se oye el jadeo con el que viene el día, una respiración
profunda que por un momento se suspende, como si la tierra estuviera a punto de
detenerse y girar hacia atrás antes de retomar su órbita y traer un nuevo
día. La noche no ha podido enfriar el
asfalto, que sigue ahí, adormilado y caliente, serpeando con una costra de
fiebre. El sol asciende, obstinado. Bulle la vida. Se acaban las horas
menguadas, la patarata de la muerte. El día comienza. Los insectos escarban la
tierra”.
Querido Salvador : Han sido meses largos en negro debido a la partida de nuestro Capitán en casa; mucho silencio y ausencia en todos los aspectos de la vida generan las dolorosas pérdidas, sin embargo es un placer retornar a este espacio , la cordura para manejar el momento y la motivación para seguir adelante lo brindan espacios maravillosos como este y que mejor manera de regresar que encontrando este artículo fascinante de un libro que genera mil expectativas de un mundo por descubir, espero llegue pronto a mis manos para disfrutar hoja a hoja de el .
ResponderEliminarTengo un agradecimiento enorme hacia ti mi querido Amigo, que ni los años ni la distancia olvidarán. Fuerte abrazo Colombiano .
Tu amiga de siempre ,
Misslen.
Enorme alegría le de reencontrarte en esta plataforma que sobrevuela el Atlántico. Ya me imagino qué quieres decir con la partida de vuestro Capitán. Espero que estéis superándolo.
EliminarTu mensaje me estimula a seguir con este blog que tenía casi abandonado. Prometo activarlo, aunque sólo sea por verificar el milagro de que nuestra voces suenen tan lejos.
Un fuerte abrazo español