4 oct 2018

PRESENTACIÓN DE LA NOVELA "SUR" DE ANTONIO SOLER



Sur,  de Antonio Soler
Presentación, martes 2 de Octubre de 2018 en el Rectorado de la Universidad de Málaga.

La multitud de adeptos a los que Antonio Soler captó y cautivó hace ahora un cuarto de siglo con los relatos de “Extranjeros en la noche” y la novela   “Modelo de pasión” podemos estar hoy de enhorabuena. Si siempre hemos celebrado la aparición de cada novela suya como un acontecimiento- algo en lo que coinciden las valoraciones del público y la crítica-  ahora puede que estemos ante el más justificado de todos porque “Sur”, su última novela editada por Galaxia Gutenberg es una obra deslumbrante, hercúlea, excepcional. Diríamos que es el culmen de ese universo propio que ha ido construyendo a lo largo de su carrera, de eso que alguien acertó en llamar “planeta Soler”, compuesto por cientos de personajes entre los que se despliega la más variada gama de la especie humana, a la que Antonio hace vivir con una de las  prosas más  delicadas, precisas, poéticas y conmovedoras del panorama literario español. Diríamos que es el culmen si no fuera porque Antonio, literato a tiempo completo que se ha fajado con la novela intimista y la histórica, en  la televisión y regularmente en la prensa  escrita, demuestra ahora, con esta novela urbana, estar en un momento de excitación juvenil, de experimentación y plenitud creadora que no parece tener límites, aunque algunos piensen que con “Sur” Antonio haya alumbrado su particular Regenta. Estamos ante una obra maestra pero no conclusiva, y con ella lo que demuestra Antonio es tener cuerda para rato.

Realmente la mejor presentación que se puede hacer de esta novela está ya en el magistral proemio de Octavio Paz que encierra un pensamiento muy “kavafiano”: “hablo de la ciudad contemporánea, en perpetua construcción y destrucción, novedad de hoy y ruina de mañana (…) la ciudad de la que no podemos salir nunca sin caer en otra idéntica aunque sea distinta; la ciudad, realidad inmensa y diaria que se resume en dos palabras: los otros”. (Este último pensamiento, leído en clave sartriana, nos remitiría al carácter infernal de la ciudad, pero dejemos a este respecto que el lector saque sus propias conclusiones). No sabemos si la de Octavio Paz es una cita oportuna y venturosamente cazada al vuelo o la primera veta del fabuloso yacimiento que “Sur” esconde. Porque, en efecto, la novela transcurre a lo largo de dieciocho horas de un día de verano en una ciudad, Málaga, al calor del terral y a través de las vidas de  más de doscientos personajes, conectadas entre sí y atadas al biotopo urbano mediante una ligazón inexorable. La ciudad ha quedado conceptuada en la Historia como el gran invento del hombre, la cuna y la condición misma de la libertad, pero sólo la literatura se ha atrevido  a mostrar sin complejos la cara oculta de lo que aquello encierra de utopía: la coacción anímica que la propia ciudad puede ejercer sobre sus habitantes, de forma que acaban actuando según las leyes del hormiguero,  un instinto gregario, poderoso e infinitesimal que anula toda posibilidad de albedrío.  (Ya verán que esta es una novela de ciudad, de periferia, de calor, de sexo y hormigas). La ciudad en la que transcurren estas dieciocho horas parece ejercer sobre los personajes un influjo paralizante, letal; es un paréntesis dentro del cual sus hijos, los ciudadanos, juegan un papel predeterminado por el destino, de forma que en ese tiempo encerrado por el espacio urbano toda moral es abolida. “No hallarás otra tierra ni otro mar/La ciudad irá en ti siempre/Volverás a las mismas calles/Y en los mismos suburbios llegará tu vejez/ en la misma casa encanecerás/ Pues la ciudad es siempre la misma” dice Kavafis en su maravilloso poema sobre La Ciudad.  En realidad, a todos  los personajes que se entrelazan en esta historia les gustaría escapar de la ciudad y de la vida que ella condiciona, pero todos aceptan subconscientemente la restricción kavafiana y sólo dos parecen rebelarse contra su aprisionamiento: uno, llamado Céspedes, por una pulsión intectual, entre lúcida y cínica; el otro, llamado el Atleta- en el que se ha querido ver un alter-ego del autor- por una pulsión moral. El primero, enredado en su propia historia, prueba a escaparse fugazmente a  Madrid en el AVE pero vuelve por la noche, antes de que la novela se acabe. (Está aquí implícito un tema interesante: esa visión del AVE como promesa de liberación de las cadenas provincianas). Y el segundo sublima su frustración corriendo y corriendo y corriendo en una huida irracional hacia ninguna parte, que nos hace recordar a “El nadador”, aquella gran película de Frank Perry protagonizada por Burt Lancaster, según un relato de John Cheever.

La novela, como el esqueje de una sequoia, arranca briosa con dos maravillosos párrafos previos en los que Antonio describe magistralmente el despuntar de este día en el que todo va a ocurrir. (Ya decía García Márquez que en el primer párrafo deben quedar solucionados todos los problemas del libro. Me vienen aquí a la memoria algunos comienzos magistrales, como el de “Historia de dos ciudades” de Dickens, o “El extranjero” de Camus, con la que esta novela se emparenta por la presencia del calor como causante de un clima moral agobiante y degenerado;  aunque por alguna razón este arranque me remite, por su bella precisión, al  de “Imán” de Ramón J.Sender. Si uno emprende una segunda lectura de este “Sur” tras el insuperable toque de clase de su final, comprobará que en estos primeros párrafos está encerrado todo el espíritu de la historia). (1) Enseguida un hombre moribundo comido por las hormigas  aparece en un descampado de la periferia, allí donde lo urbano está a punto de perder la urbanidad permitiendo que un mundo asilvestrado se entremezcle con sus retazos. Y hasta aquí el límite  a partir del cual empieza el spoiler y por eso me detengo. Sólo me es permitido decir que este es el tema medular a partir del cual el árbol se ramifica en una rica y tupida frondosidad coral de personajes e historias entrelazadas,  construidas de una manera portentosa. Las situaciones se superponen, se entrecruzan, casi se confunden y hay que estar atento para saber cuándo unos personajes pasan el testigo a otro continuando con otra historia o, mejor, con otra faceta de la misma historia, como la descomposición en planos de un mismo objeto según la técnica del cubismo analítico. Podríamos decir que, en cierto modo, se nos muestra aquí un Soler picassiano. Son las facetas que componen un día en la historia de una ciudad. De una manera burlona, Antonio pone en boca de un personaje una frase de Joyce sin que el personaje lo sepa: “La vida es muchos días”; pero aquí Antonio nos dice que un día pueden ser muchas vidas. Son las “Vidas cruzadas” de aquel gran film en el que Robert Altman adaptaba varios relatos de Raymond Carver y en el cual se inspiró luego Paul Thomas Anderson en su celebrada película “Magnolia”. Una construcción similar muestra “Tiovivo”, de José Luis Garci. Y me remito al cine porque desde el “Ulyses” de Joyce, el “Rayuela” de Cortázar, “Manhattan Transfer” de Dos Passos  o, más cerca de nosotros, “El Jarama” de Sánchez Ferlosio o “La Colmena” de Cela y tantas obras capitales del siglo pasado podemos registrar los préstamos con los que el cine y la literatura se han fecundado mutuamente.

Hasta donde mi capacidad interpretativa me alcanza me atrevo a aventurar que “Sur” es una forma de competir con la técnica cinematográfica, pero desde las más puras armas de la literatura. La estructura narrativa, si bien puede resultar al principio desconcertante exigiendo la complicidad del lector, se aclara enseguida y forma parte del juego que el autor nos propone con ayuda del comodín del censo de personajes, ese maravilloso censo que constituye por sí sólo un capítulo aparte, una lujuriosa exhibición de inventiva, un prodigio de narración, indisociable de la propia obra, como lo eran las acotaciones teatrales de Valle Inclán; aparte, claro está, de propiciar una lectura muy divertida, identificando personajes conocidos del planeta Soler,  retratados en los más excéntricos visages y contorsiones.

 Cada historia, de las muchas que componen la historia global, tiene su intensidad y su tratamiento diferenciado según demande su propia lógica interna. Enseguida quedamos atrapados por los personajes porque, mediante una eficacísima técnica narrativa- y aquí aparece claramente el caballero de la orden de Finnegans, la nobleza del rey James- Antonio nos los abre en canal, mostrando los pliegues más recónditos de su condición humana, una y diversa, y entre ellos el de esa caverna insondable en la que bullen las fuerzas incontenibles del sexo, con sus componentes de redención y de tragedia, de forma que siempre hay un jirón de cada personaje con el que podemos sentirnos identificados. Y para lograr esto Antonio hace un ejercicio de construcción y estilo deslumbrantes. Según lo pida la historia, Antonio adapta la sintaxis, la prosodia y el tono a las particularidades de lo que en cada momento narra, ya sea con la voz oculta, objetiva y externa del autor- en cuyo caso utiliza una prosa perfecta y canónica- o con la de cada personaje, a los que hace hablar desde su interior, con su particular cultura, psicología, estado de ánimo o categoría en el escalafón del retablo social. Recurre entonces al lenguaje desinhibido, fluido o atropellado pero sincero, a las germanías del submundo urbano, el de la pobreza, la delincuencia o la droga: el lenguaje de lo real, la banda sonora de lo cotidiano en la que, lógicamente, no puede faltar el lenguaje del whatsapp, ni esos toques de humor cheli con que la calle nos sorprende al revolver de una esquina.

Pero la sintaxis también nos permite incardinar cada personaje y su drama en su particular microcosmos, en su geografía. Por la forma en que cada personaje se expresa y el carácter de sus tribulaciones uno puede deducir el biotopo urbano al     que pertenece, el medio urbano con cuyo contacto ha moldeado su condición ciudadana. Ya decía Lewis Mumford que el pensamiento toma forma en la ciudad, pero a su vez las formas urbanas condicionan el pensamiento. La ciudad es nuestro producto pero al tiempo somos sus hijos, de ahí que podamos leer aquella en el reflejo de éstos y viceversa, de ahí que la ciudad y los ciudadanos sean cada uno una elipsis del otro.  ¿Que la ciudad que emerge tras la lectura de estas vidas cruzadas es Málaga? Dejo a los lectores que diluciden esta cuestión con sus particulares opiniones. Yo, modestamente, tengo la mía.

En principio Málaga aparece profusamente en la toponimia de los lugares en los que se producen las múltiples acciones. Pero cabría preguntarse qué relación establecería entre las acciones, los personajes y los lugares un lector que en su vida hubiera estado en Málaga. Para ellos, para los que no saben lo que es Portada Alta, Cruz de Humilladero o Pinares de San Antón, por ejemplo, sólo pueden colegir lo que se esconde tras la sonoridad de los topónimos. A mi juicio sí aparece aquí Málaga, pero en un registro distante del folleto turístico que quizás algunos podían esperar. Aparece Málaga como epítome, como ejemplificación del modelo urbano que alumbró la España del desarrollismo, esto es, la PERIFERIA. Y es esta visión de la ciudad como periferia la que aporta una rabiosa autenticidad y un valor general  a toda la novela. Realmente la ciudad, todas las ciudades, son cada vez más periferia, en la medida en que los centros urbanos quedan constreñidos a su función publicitaria de suministrar identidad corporativa para consumo turístico.

No se le podía escapar esto a Antonio, que es un incisivo escrutador de instantes, geografías, climas y personajes. No se le podía escapar al sociólogo urbano admirador de Carlos Moya que lleva dentro.  Sí, esta puede ser la novela de Málaga, pero es la novela “de todas las Málagas del mundo”, de las Málagas de los barrios- Portada Alta, La Barriguilla, Polígono el Viso, Los Prados, barriada de San Andrés, La Luz, La Paz, Virgen de Belén…- esos barrios a los que Antonio clava definiéndolos como “el gran vivero, el almacén humano”; o esas calles que el inolvidable Pedro Aparicio nos dejó con nombres de músicos- Juan Sebastián Bach, Manuel de Falla, Mozart, Ravel, Rimsky Korsakov…- un callejero de conservatorio salzburgués para barrios de ropa tendida y asadores de pollos; esos lugares descentrados en los que la gente encauza sus nostalgias de centralidad hacia los hitos modestos de lo cotidiano, como los bares de Quintana, La Esquinita, el Bazar La Amistad, el Onda Pasadena, un puesto de hortalizas en un mercado, la pista de Carranque, una tienda de recomposición de marcos, la recepción del hotel Los Patos, a veces un simple ascensor en torno al cual puede girar una vida, o una calle, como la Cruz Verde, con cuya descripción Antonio expresa magistralmente esos anhelos: “un desfiladero inhóspito, una cicatriz larga a la que esa gente se empeña en darle vida”. Es esa Málaga metropolitana que ya no sabemos dónde empieza ni dónde acaba y que sólo podemos entender y recomponer anímicamente mediante la literatura, que es exactamente lo que hace esta extraordinaria novela. Sí, esta es la novela de Málaga en la medida en que la acota, la define y la recompone. Y es también una Málaga artística en la medida en que un artista la ha mirado, la ha contado y la ha recreado. El gran Borges  decía que la ciudad está a la espera de una poetización. Y Vargas Llosa, en su reciente visita a Málaga, sentenció que las ciudades, si no están ligadas al arte y la literatura, son tristes y pasajeras. Y, en fín, ya a otro nivel un servidor de ustedes, en el discurso de ingreso en la Academia de san Telmo, y glosando un ensayo de Eugenio Trías, “El artista y la ciudad”,  conminaba a mis colegas a derramar una mirada estética sobre la ciudad real, no la impostada de los turistas ni la burocratizada de los urbanistas: “Por eso el medio urbano, que es el paisaje donde se desarrolla la vida de la mayoría de los seres humanos, no constituye un decorado inerte sino por el contrario, un trasfondo tenso, reverberante, marcado por el pálpito y el reflejo de nuestras experiencias cotidianas. De ahí que cualquier rincón de la ciudad, por ominoso que parezca, encierre más significados ocultos que lo que la realidad aparente nos pudiera mostrar”. Tras algunos excesos epigonales del “boom” latinoamericano con el realismo mágico pudimos comprobar que la realidad no necesita de la magia como una prótesis: la realidad es ya de por sí mágica siempre que sea  observada y desvelada por una sensibilidad artística como la de Antonio Soler, un narrador que hace historia a golpes de novela, un magnífico zahorí del alma humana y de las  ciudades pues, parafraseando a Terencio, podríamos decir de Antonio que nada de lo humano le es ajeno…  pero tampoco nada de lo urbano.

Y ya termino animándoles encarecidamente a leer esta obra en un fin de semana, a largos tramos y con atención. No la lean a salto de mata y, salvo que sean insomnes, tampoco la lean de noche dando cabezadas, porque entonces se perderán el goce de una literatura que necesita fluir, torrencial y cristalina como un río, policromada como una vidriera gótica y estructurada como una lacería musulmana.  (Aunque ya metidos en comparaciones asindóticas algunos veamos en este texto la secreta geometría de un “dropping” de Jackson Pollock).
Solo me queda  darle las gracias a Antonio por haber alumbrado esta obra maravillosa, por habernos permitido ver la ciudad de otra manera y por haber hecho realidad el exhorto que hice en la Academia de San Telmo hace un cuarto de siglo, que nadie atendió porque nadie entendió. Antonio sí lo ha entendido, por eso ahora sí, como urbanista, me puedo jubilar tranquilo.

Salvador Moreno Peralta

(1) No me resisto a leerle la transcripción de ese primer párrafo: “La leche tibia del cielo se derrama en silencio sobre todas las cosas. Los tejados, los árboles dormidos, el brillo de los automóviles. Es una luminosidad blancuzca que brota  con un golpe rápido, espesa, turbia. Mancha las  nubes y cuelga de ellas. Se oye el jadeo con el que viene el día, una respiración profunda que por un momento se suspende, como si la tierra estuviera a punto de detenerse y girar hacia atrás antes de retomar su órbita y traer un nuevo día.  La noche no ha podido enfriar el asfalto, que sigue ahí, adormilado y caliente, serpeando con una costra de fiebre. El sol asciende, obstinado. Bulle la vida. Se acaban las horas menguadas, la patarata de la muerte. El día comienza. Los insectos escarban la tierra”. 






2 comentarios:

  1. Querido Salvador : Han sido meses largos en negro debido a la partida de nuestro Capitán en casa; mucho silencio y ausencia en todos los aspectos de la vida generan las dolorosas pérdidas, sin embargo es un placer retornar a este espacio , la cordura para manejar el momento y la motivación para seguir adelante lo brindan espacios maravillosos como este y que mejor manera de regresar que encontrando este artículo fascinante de un libro que genera mil expectativas de un mundo por descubir, espero llegue pronto a mis manos para disfrutar hoja a hoja de el .

    Tengo un agradecimiento enorme hacia ti mi querido Amigo, que ni los años ni la distancia olvidarán. Fuerte abrazo Colombiano .

    Tu amiga de siempre ,

    Misslen.

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    1. Enorme alegría le de reencontrarte en esta plataforma que sobrevuela el Atlántico. Ya me imagino qué quieres decir con la partida de vuestro Capitán. Espero que estéis superándolo.
      Tu mensaje me estimula a seguir con este blog que tenía casi abandonado. Prometo activarlo, aunque sólo sea por verificar el milagro de que nuestra voces suenen tan lejos.
      Un fuerte abrazo español

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